Muchas de las burlas al léxico de Pedro Castillo, connotan un racismo, producto del desconocimiento de las particularidades de un idioma, en el mejor de los casos. En efecto, se desconoce (inconsciente o deliberadamente) que los lapsus y formas de pronunciar durante el debate, corresponden a un peruano quechua hablante. Consecuentemente, juzgamos su discurso, desde una perspectiva urbana, costeña, y despectiva frente al poblador de la sierra. Por más que en la escuela y en los espacios académicos se reflexiona sobre el respeto y valoración de la diversidad cultural, sobreviven rezagos de discriminación, y estos afloran cuando se trata de un candidato que proviene del Perú profundo.
Además, expresarse en esos términos implica quedarse en la forma o en la cáscara de una propuesta política. No es la oratoria ni la erudición lo que hacen per se un buen mandatario. Alan García (QEPD) se expresaba con una retórica que embelesaba a las multitudes, pero también, en su grupo más íntimo decía cosas como «la plata llega sola», y sus propiedades, incluyendo una en París, demuestran una tremenda incoherencia entre el decir y el actuar.
Vistas las cosas así, yo no le daría tanta importancia a la forma de hablar de un candidato. Mucho más me preocuparían sus antecedentes, las denuncias que viene afrontando y su actuación política en los últimos años. Alguien me dirá que la señora Keiko no ha sido presidenta. No obstante, sí ha estado en la cúspide del poder en las últimas décadas. De otra forma habría que aceptar que Dionicio Romero y otros empresarios le entregaban sus millones de «buena gente».
Pero, este apetito de poder no es de ahora. Porque no nos hagamos los amnésicos. Ella, como Primera Dama estuvo en las entrañas del Fujimontesinismo, y tampoco nos vamos a creer el cuento de que se enfrentó a Montesinos, quién de paso pagaba mensualmente sus estudios en el extranjero. En efecto, de no haber sido por los vladivideos se hubiese quedado muchos años más y Keiko de Primera Dama, a pesar de las sólidas evidencias de que Fujimori torturó a su madre Susana Higushi.
Entonces, ahora se entiende su desesperación por llegar a la presidencia, porque es la única forma de liberarse de la sólida y documentada acusación del fiscal Domingo Pérez, en el caso «Cócteles», uno de los tantos por los que se la investiga.
Consecuentemente, los peruanos nos enfrentamos a un dilema de carácter moral, en la medida en que debemos escoger entre un peruano honesto (incluso con el pasivo de que nos sabe hablar bien el castellano); o votar por una candidata con una abrumadora carga de evidencias de corrupción. Personalmente, opto por lo primero, porque en el Perú, ya es hora de terminar con un sistema que nos ha llevado nada menos que con los expresidentes de las últimas décadas, o presos, o perseguidos, o procesados. Este tipo de continuidad o de «estabilidad» como la maquillan los de la derecha, no la acepto, pues ha incrementado las brechas entre millonarios y peruanos en extrema pobreza, como ha quedado evidenciado en la pandemia.
Asimismo, a quienes peinamos canas no van engañar con los «regalitos», ni con los cánticos de la «unión de todos los peruanos», pues amar a la patria es mucho más que ponerse la camiseta de la selección nacional. Es trabajar con honestidad por el Perú, especialmente por los más necesitados, y la candidata del fujimorismo esta a años luz de demostrar estas cualidades.
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